viernes, 17 de mayo de 2013

El miedo cambiará de bando

El sistema capitalista siempre ha tenido afán de perpetuidad, supongo que como todos los sistemas previos que conocemos.  Todos ellos se sustentaban en definitiva en una violencia extrema coercitiva, ejercida por el poder para perpetuarse, si bien cada uno tenía además distintas peculiaridades, liderazgos, circunstancias propias, etc…
El capitalismo no sólo ejerce esa violencia física que todos los regímenes han ejercido sobre los pueblos, sino que ha tratado de dar una vuelta más y camuflarla bajo los ropajes de la “democracia”, del propio sistema. El capitalismo nos hizo creer en el mercado porque el mercado nos aportaba una cierta posición y un cierto bienestar.
Nos hizo creer que hay que consumir, comprar y mover dinero para generar riqueza. Y que esa riqueza era para todos y para todas. Nos hizo creer a todas las personas que somos clase media, que siempre hay gente que está mejor (los más emprendedores, arriesgados, admirados…) y otros que están peor, en gran parte por su propia trayectoria porque estamos “en un país libre”, en el “mundo de las oportunidades donde cualquiera puede llegar”. Nos hizo creer que teníamos una posición, un status que no debemos perder. Nos hizo individualistas y egoístas, diciéndonos a nosotros mismos antes de acostarnos todas las noches: ”virgencita, virgencita, que me quede como estoy”.
Y nos lo hace decir cada día con más fuerza. El mercado ha convertido a quien hoy trabaja en un privilegiado y le hace sentir así. Y como es un privilegiado no puede criticar al mercado, no vaya a ser que acabe como los 6 millones de personas que no tienen trabajo. El mercado, bendito mercado para algunos, es una de las piedras sacrosantas de nuestra democracia. El mercado es la democracia, controla los Estados, su futuro, su presente. El mercado son unos pocos señores que deciden lo que está bien, lo que está mal, quién debe sufrir y quién no, con quién se especula y a quién se extorsiona.
El mercado decide qué se recorta, la sanidad o la educación, las prestaciones sociales o los servicios públicos. Decide si se privatiza tal o cual cosa. Decide todo eso porque utiliza el chantaje y la amenaza de cortar el grifo a los Estados, de provocar un colapso financiero. En definitiva, la democracia (su democracia) es la dictadura del mercado y realmente da igual quién sea el pelele que está en la Moncloa (en nuestro país) porque tendrá que obedecer lo que dice El Mercado (no olvides que esto son 4 fulanos, cada vez más ricos).
Ahora, al mercado también puede fallarle el mecanismo y pasarse de la raya, írsele la mano. Así ocurre cuando cada vez más gente ha perdido su empleo, su casa, su vida y su posición. Así ocurre cuando cada vez tenemos a nuestro alrededor más personas que no tienen status que perder, nada que perder, porque lo han perdido todo. Porque en ese momento es cuando esa persona realmente se cuestiona el sistema, porque aunque suene raro es cuando se ha liberado del sistema y lo pone en el punto de mira. Y en este punto hay ya, al menos, 6 millones de familias.
¿Y los movimientos sociales a los que pertenecemos? Pues creo que también hay que reconocer que en buena parte de ellos ha estado también gente “acomodada” que llegado el momento de la verdad nos echamos para atrás, para conservar lo poco que teníamos en un momento dado. Sólo una minoría era la que se exponía a todas las consecuencias. Y claro, hemos estado navegando durante muchos años en la endogamia y en el victimismo, sin capacidad para movilizar a la exclusión, al descontento. Sin capacidad real para cuestionar realmente al sistema, sino formando parte de él, con nuestras marcas y nuestras Visas, nuestro Smartphone y nuestra crianza natural. Siempre recordaré una acción en la Semana de Lucha Social en la que había que coger el metro para desplazarse y muchas personas pagaron “religiosamente” su billete. Éramos, como decía aquel, “anarquistas que siempre cruzamos por el paso de cebra”.
Pero ahora ha llegado el momento de dar el verdadero salto, el momento en el que nos jugamos todo aquello por lo que hemos luchado. El momento de la verdad, de hacer que la balanza se mueva para un lado o para el otro. Recuerdo que en la película Zorba, El Griego, Anthony Quinn decía en un momento dado: “Te falta una cosa: tienes que ser loco, en la vida hay que ser medio loco para romper las cadenas y ser libre”. Y ese momento nos ha llegado, pondremos locura porque ya no tenemos nada que perder, nada que temer, porque no tenemos nada. Pondremos locura y entonces veremos por dónde saldrá el sol.
En la película, cuando Zorba dice la citada frase, entonces el otro protagonista le pide que le enseñe a bailar. Pero ese momento ya lo hemos vivido aquí, con las flores y las batucadas, con el simbolismo de una acción frente a las fuerzas “del orden”. Me refiero a otro tipo de locura, “más loca”. Ni siquiera los escraches, los suicidios, los insultos… Ni siquiera una huelga de hambre, un encierro, un encadenamiento… Me da la sensación que empezaremos a ver resultados cuando los que todavía tienen status, porque ellos son el sistema (el famoso mercado) o sus cómplices acomodados, comiencen a sentir miedo en sus propias carnes. Cuando el miedo cambie de bando, de acera.
Sentirán miedo cuando vean peligrar sus casas, su intimidad, su comodidad. Sentirán miedo cuando vean quemados sus coches y sus jardines. Sentirán miedo cuando se les apunte con un arma, como en Italia hace unos días… sentirán terror cuando tengan que vigilar que cada persona que se les acerca pueda ser su verdugo, igual que ellos lo han sido de todos los demás.
Al propio sistema se le ha ido de las manos y resulta que los excluidos ya somos mayoría. El egoísmo de unos pocos les va a llevar a pasarlo mal, igual que ellos nos lo han hecho pasar a nosotros. El mundo tiene que cambiar y no será por un discurso de un “líder”, de un político populista venido a más. El mundo va a cambiar porque la gente ya no tiene nada que perder ni conservar.
Un nuevo mundo se avecina y allí estaremos para construirlo a nuestra manera, desde abajo, estando al loro frente a cualquier amenaza. Espero que nos veamos en ese proceso que debe empezar en cada cual, desde dentro y no sólo desde abajo. Espero verte, tú, yo, nosotros, los excluidos y los compañeros de los movimientos sociales con los que crecimos y soñamos. Ha llegado nuestro momento, en el ocaso del sistema, y surgimos desde los márgenes del mismo.

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