sábado, 15 de junio de 2013

Sobre los prejuicios y los estereotipos

Salgo del trabajo vestido de eso, de trabajo. Llevo traje y camisa, sin corbata ni nada similar. Voy bien, ya me he acostumbrado a llevarlos, incluso en verano. Salgo cuesta arriba. Desde hace meses he decidido irme a casa andando, con una hora de camino por delante más o menos cada día. Así hago ejercicio y también me ahorro pagarle a la Comunidad de Madrid más pasta por el transporte público, en el que sí me muevo por las mañanas.
Pues bien, en el camino a casa paso siempre por una urbanización de lujo. Pero de lujo, lujo. Lujo asiático. Yo por allí andando y mirando la cantidad de chalets y mansiones que se acumulan a uno y otro lado de la calle, camino de mi barrio. Porque mi casa está en un barrio normal, tirando a popular. Vivo en San Blas. Que quede claro.
En éstas pasa un taxi que conduce, como todos los taxis, un taxista. Y de repente grita,  con todas sus fuerzas: “joder con estos putos fachas!!. En ese momento, la situación se vuelve poco menos que surrealista. Yo, plantado en una de las urbanizaciones más caras de Madrid, cual Paco Martínez Soria en Alemania, con mi traje y mi mochila. Yo, que vengo cagándome en todos lo que serán los dueños de esas megacasas, que me gustaría acabar con ellos. ¿Y que me venga un taxista diciéndome eso? ¿Puto facha?¿a mí?¿un taxista?.
Me pongo en su lugar y la situación tiende a normalizarse. Estamos ambos, como ya he dicho, en una urbanización en la que viven ricos, famosos, gente influyente, donde vivía antiguamente el tal Aznar antes de ser presidente de los espanyoles. El taxista ve a un fulano con traje andando por la calle. Por unas calles donde no anda nadie. Nadie y por tanto nadie en quien cagarse. Sólo el servicio de cada mansión puede andar por allí, porque los ricos van en unos coches casi más impresionantes que las casas. Y, entonces, suelta el odio que lleva dentro y pone a parir al primero que ve. O sea, yo.
Yo, el tonto que tiene que ir con traje a trabajar, incluso con cuarenta grados a la sombra. Yo, el que se tiene que peinar y quitar los pendientes para ir a trabajar. Yo, el que tiene que llevar una doble vida porque si vistiera a diario como los fines de semana mucha gente del trabajo no se le acercaría. Yo, aquel facha para ese taxista.
Un taxista del que, si no hubiera dicho nada, yo hubiera pensado que iría oyendo la COPE, con un poster del Madrid y una revista porno en la guantera, despotricando de todo lo que huela a rojo y gritando que con Franco no pasaba esto. Un taxista al que nunca hubiera querido conocer. Esa es la verdad.
El caso es que ahora me encuentro aquí, aturdido. Debo tener pinta de facha. Lo mismo soy uno de ellos. Agh!! Y no sólo eso, sino que además me gustaría conocer al taxista que gritó lo que yo quería gritar allí, a todos esos ricos de mierda. ¿va a resultar que quiero ser taxista? ¿a ver si me va a gustar la COPE?
A partir de hoy, cuando vaya para casa, miraré a ver si coincido algún día con él otra vez. Quiero demostrarle que no soy ningún facha. Quiero gritarlo con él, a los que viven allí. Quiero que me convenza de que venga a trabajar con pendientes, con la ropa sin planchar. Mejor, quiero que me convenza de que deje de trabajar. Yo trataré de convencerle para que cambie de profesión, o por lo menos de que tenga cuidado cuando se junte con sus compañeros, los que son fachas. Los que escuchan la COPE y tienen a Torrente de modelo vital.
Joder, lo que te hace replantearte una situación aparentemente insignificante. Te planteas tus valores, tus creencias, tus prejuicios y tus clichés, los que llevas toda la vida construyendo. Los que viven contigo.  Te planteas si tu vida merece la pena cuando un taxista te llama facha. Y quieres huir de ella…

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